¿cuántas crisis?

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Hace casi 3 años, en los inicios del real de a ocho, publicaba el artículo ‘crisis simultáneas’, en el que ponía de manifiesto que la revolución tecnológica había puesto patas arriba el mundo predecible en el que estábamos instalados con anterioridad. No sabría establecer con certeza en que momento empezó esa revolución o que causa fue la que la puso en marcha. Creo que se debió a varios factores y nos abordó de manera paulatina. Tan paulatina que hubo cambios que no los atribuimos a la revolución tecnológica y no hubieran sido posibles sin ella, basta recordar lo que la aparición del horno microondas supuso para el mundo alimentario.

En las últimas semanas dos medios de comunicación se han hecho eco de la crisis que afecta a los centros comerciales en los EE.UU. Aquí y aquí. En uno de ellos nos avisan de los cambios en el modelo comercial y en el segundo nos advierten de los efectos sobre la deuda emitida por las empresas propietarias. Y gracias a ellos constatamos que lo que ya se venía gestando desde hace unos años, se ha acelerado en los dos últimos. Las cadenas Macy’s, Sears y JC Penny han cerrado cientos de tiendas en los EE.UU. y el gigante Wal-Mart, el mayor minorista del mundo, aguanta el paso como puede, pues los famosos crecimientos de ventas de dos dígitos hace tiempo que se esfumaron.

La definitiva irrupción de la venta electrónica provoca los efectos devastadores en el comercio tradicional del que nos hablan esos dos artículos. Pero, tal como dije entonces, la crisis para unos es oportunidad para otros. Las empresas logísticas, las especialistas en paquetería, están que se salen, porque la venta electrónica conlleva un reparto domiciliario. Según me cuentan desde dentro de esas empresas, UPS, SEUR, FedEx, etc., están viviendo momentos de esplendor por el gran volumen de trabajo que tienen como consecuencia de la revolución que ha supuesto Amazon en el comercio.

Ya no compramos carretes de fotos, porque no hacen falta para dejar imágenes para el recuerdo, no compramos periódicos, porque no hacen falta para estar informados, casi no acudimos a las oficinas bancarias, porque no son necesarias para efectuar transacciones financieras. En definitiva, cambios radicales hasta en los más nimios detalles, que han transformado la economía, por mucho que nos empeñemos en seguir actuando como si nada hubiera ocurrido. Hasta la forma de vestir se ha vuelto más informal, con los efectos en una de las cadenas de actividad, el textil, más antiguas y parcialmente estable de las que existen.

Todo ello conduce a que muchas empresas, en muy diversos sectores, vean amenazada su supervivencia y tratan de defenderla por todos los medios. Y aquí pueden surgir los problemas. Porque una cosa es permitir que se produzcan uniones de empresas que proporcionen productos mejores, más accesibles o soluciones innovadoras. Y otra muy distinta es asegurar la supervivencia a base de crear monstruos que restringen la competencia y tienen el efecto contrario al que, aparentemente, se pretendía alcanzar. La semana pasada hablaba de la necesidad de fomentar las fusiones de entidades bancarias a nivel de la Unión Europea y evitarlas a nivel nacional, por el efecto perverso que, en mi opinión, tendrían sobre la competencia.

Pues bien, esta semana nos han anunciado un acuerdo entre Telefónica y Vodafone, del que no se ofrecen detalles, sobre compartir la red de fibra óptica de la primera con la segunda, lo que supone un cambio radical en las posiciones de los operadores y un cambio en los criterios aplicado por el regulador, porque ahora no le van a obligar a Telefónica a compartir, lo va a hacer de motu proprio, lo que puede afectar al mercado, al influir significativamente en los precios que se apliquen.

Semanas antes de conocerse el acuerdo anterior se sabía que estaban muy avanzadas las negociaciones para la unión de Telecable con Euskaltel, que ya había absorbido a la gallega R. Consecuencia, se reduce el número de grandes operadores, solo quedan 3, y se reducirá el número de operadores de tamaño medio, solo quedarán 2. Ello no contribuye a una mejora del mercado ni a la defensa de la necesaria competencia, ni tan siquiera contribuirá al desarrollo tecnológico. No olvidemos que una de las razones principales del acuerdo entre Telefónica y Vodafone es reducir la inversión. Las empresas especializadas en canalizaciones y tendido de redes van a sufrir las consecuencias, con el efecto inducido sobre el empleo.

Con ocasión de la crisis financiera iniciada en 2007, la inversión en publicidad por parte de las empresas cayó de manera abrupta y ello tuvo efectos notables sobre los medios de comunicación. El Gobierno acordó que Televisión Española renunciara a la publicidad para facilitar que la tarta a repartir lo fuera entre menos manos y ayudar a la viabilidad de los grupos privados. Ello no bastó y al final las cadenas privadas de televisión, 4 en aquél entonces, se vieron reducidas a 2, a partir de 2012. Pues, aunque mantengan las marcas, las empresas son 2. Hay que admitir que toda esa reordenación en los operadores televisivos ha tenido efectos negativos sobre la calidad de los programas, al limitarse la competencia y al verse privado de recursos el principal operador público.

Los acuerdos que limitan, restringen o ponen en cuestión la competencia deben ser evitados. Es como si se bendijesen los oligopolios. En este sentido no debemos olvidar que cualquier empresa tiene un deseo, inconfesable, de ser monopolio, para disponer de la totalidad del mercado bajo su control y por eso es que los organismos reguladores deben actuar con diligencia, para evitar que el consumidor u otras empresas o las propias administraciones públicas salgan perjudicadas. Cuando un empresario dice que le gusta la competencia, lo dice con la boca pequeña, si pudiera prescindiría de ella. Por eso no hay que dejarse llevar por el engaño y, bajo cualquier circunstancia, asegurar que la competencia existe, que es real y que no se ve restringida o limitada por intereses particulares.

¿Cuántas crisis?, muchas, todas las que son consecuencias de los avances tecnológicos, de la incorporación de hábitos de vida más saludables o de la revolución en las comunicaciones. Pero no las aumentemos artificialmente con las crisis derivadas de la inacción o por la ausencia de competencia derivada de la falta de regulación y supervisión de las reglas del mercado, máxime en un tiempo en el que las voces en defensa del proteccionismo vuelven a primera fila.

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