nacionalismos

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Los nacionalismos están con nosotros todo el día, todos los días; es muy difícil desprenderse de ellos. Y están con nosotros de continuo porque, admítanlo, yo hace tiempo que lo tengo admitido, todos tenemos un cierto nivel de nacionalismo. El problema surge cuando ese nivel de nacionalismo alcanza cotas insospechadas y llega al paroxismo. No creo que sea necesario ser muy explícito para que a todos nos vengan imágenes y sonidos concretos de lo que es el nacionalismo exacerbado.

En lo económico también hay nacionalismos. Cuántas personas se decantan por un determinado producto o marca en función de su origen o de la localidad en que se ubica la empresa que lo fabricó. Les voy a poner un ejemplo, sería casi imposible que una cadena de hamburgueserías, de origen europeo, triunfase en EE UU. A pesar de ello el comercio mundial ha ido avanzando y el nivel de intercambios es el más alto de la historia y seguirá creciendo. Y como nos han enseñado las crisis la solución pasa por salir al exterior.

Pero a veces se escapa la pulsión nacionalista que todos llevamos dentro y la hacemos ondear, nunca mejor dicho, para que quede claro desde dónde jugamos, no vaya a ser que los guardianes de las esencias nos castiguen con su señalamiento y nos identifiquen con los que no ‘fem país’, asunto muy serio este en los tiempos que corren, porque no debemos olvidar que “la pela es la pela”. Y estaba repasando la prensa, cuando en las páginas de La Vanguardia, al día siguiente de que culminara jurídicamente la, inconveniente, absorción de Bankia por CaixaBank me encontré con esta noticia:

La noticia lucía al lado de un artículo de opinión sobre la chatarra, no sé si guardaban relación el uno con la otra, pero llamaba la atención. El maquetador del diario no había estado muy atinado. Y la cosa, para mí, no hubiera pasado a mayores si no fuera por los acontecimientos acaecidos semanas después. Una mañana se puso en contacto conmigo una persona de la antigua Bankia, en la que tengo cuenta, para ofrecerme la maravillosa oportunidad de adquirir unas estupendas televisiones a un precio irrisorio, tan era así que de uno de los modelos ya no quedaban unidades porque se las estaban quitando de las manos. Como no me decía a adquirir el producto, entre otras cosas porque estaba en medio de una reunión, me anunció que me mandaría publicidad de la estratosférica oferta.

Llegó el correo con el folleto propagandístico y lo abrí por curiosidad, no porque estuviera interesado en el producto, especialmente porque no estaba dispuesto a comprar un electrodoméstico en un banco. Y mi sorpresa fue grande al ver que el folleto venía en catalán, ¿fue un error? Lo desconozco porque la persona de Bankia me contestó a las 48 horas, sin disculpa alguna, tan solo me decía que adjuntaba el folleto en castellano ¿qué hubiera ocurrido a la inversa? Dejo a su imaginación el resultado.

A mí, que he nacido en otro país y que he vivido en varias ciudades, entre ellas Barcelona en dos etapas de mi vida y en la que me he sentido a gusto por su gran dinamismo en tantas cosas, me molestan estos incidentes por lo respetuoso que he procurado ser con las singularidades de cada cual. Y esto solo me sirve para constatar que los nacionalismos avanzan y se filtran por cualquier rendija intentando imponer su cultura. No parece que hayamos llegado al extremo, porque lo grave es cuando el grado de nacionalismo se confunde con lo xenófobo y el racismo, ahí sí que deben saltar las alarmas porque habríamos llegado al espacio de lo intolerable, y no será entonces cuando debamos ponernos en marcha, es ahora cuando aún parecen gobernables.

Para los que piensan que solo hay nacionalismo en ciertas regiones de España, les recuerdo que muy recientemente se ha puesto de manifiesto un nacionalismo emergente, de natural cateto que sin rubor alguno pretende alimentar a la fiera de la anarquía más infame. Me refiero a ese nacionalismo libertario que pretende instalarse en Madrid y que nos ofrece imágenes tan ilustrativas de su nivel intelectual como la siguiente:

Imagen de @A_MartinezVelez / Europa Press

Esta en la que se ve a la presidenta de la Comunidad de Madrid atendiendo a un maniquí en el hospital 12 de Octubre. Ya nos lo avisó el torero, ¡hay gente pa tó!

De la fusión, y de los bancos en general, se seguirá hablando durante tiempo porque las entidades en vez de afrontar fusiones transfronterizas, menos dañinas para el empleo y el sector inmobiliario, se han quitado la careta y ya van a tumba abierta hacia no sabemos dónde.

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