Estamos inmersos en un tiempo gris, oscuro y desalentador, donde el jinete de la guerra ha vuelto a hacerse presente frente a la puerta de casa, algo que ya habíamos dado por superado porque estábamos ilusamente convencidos de que las disputas se resolvían mediante el diálogo. Hasta en las relaciones más cercanas, en las que debería existir cierta armonía, aflora la agresividad, la negación del otro, la sordera ante los argumentos y prima la imposición.
Este año he vuelto a la tierra donde nací, a la que no había vuelto a ir desde hacía cincuenta y ocho años. Y esta visita me permitió recordar los primeros años infantiles; esos años en los que no suelen existir colores ni diferencias espirituales o físicas, a pesar de la crueldad de la que pueden ser capaces los pequeños. Y recordando esos tiempos me preguntaba ¿cómo es posible que derrochemos tanta energía para, con el paso del tiempo, convertir esa armonía en agresividad?
Entristece ver que allá la aceptación de las distintas sensibilidades espirituales y anímicas se ha vuelto simple tolerancia y acá se manifieste una mayor rebeldía frente a las más elementales normas de convivencia, como si se quisiera prescindir de ellas.
A pesar del sombrío panorama, con la ilusión que proporciona ver crecer y relacionarse a los más pequeños quiero desearte Feliz Navidad, también para todos con los que la vayas a compartir, deseando que 2023 suponga el comienzo de un devenir más entrañable para todos, sin exclusiones de ningún tipo, a pesar de las saludables discrepancias que podamos mantener unos con otros,
Me alegra saber que diste el salto de fé, pues no es nada fácil, y cada vez lo es más, mirar nuestros recuerdos con los ojos de la edad. Pero seguro que tú, amigo mío, has encontrado en el reflejo de tus ojos al niño que fuiste, riendo y jugando inocente como solo los niños saben hacer.
Un abrazo fuerte y feliz próximo cumpleaños.
Francisco.