Siempre me han apasionado los trenes y su entorno. Me han parecido, a grandes rasgos, un espejo del país. Puedo asegurarlo porque lo he podido comprobar en España, Francia, Alemania, Japón, India y Perú. Y en todos esos países al montar en los trenes y observar el mundo que los rodeaba te dabas cuenta de dónde estabas. Repito, a grandes rasgos, que siempre hay excepciones. Y resulta ilustrativo comprobar que los países más desarrollados cuidan sus redes ferroviarias y sus aledaños.
Por eso me llama la atención el grado de deterioro en el que se encuentran muchos de nuestros trayectos ferroviarios, no solo por lo que a las infraestructuras y equipaciones de nuestros trenes, estaciones y vías se refiere, también por lo que concierne al entorno que convive con esas infraestructuras. Terrenos baldíos, calles en desuso, edificios abandonados, industrias obsoletas y achatarradas. Todo un cúmulo de derroche de recursos. Recursos que no nos sobran, aunque algunos piensen lo contrario.
La destrucción creativa de la que nos habló Schumpeter no es lo que podemos ver en estos recorridos, porque lo que vemos es puro abandono y negligencia. Y resulta difícil entender que se pretenda contribuir a una mejora del medio ambiente manteniendo estas instalaciones de ruina en pie. Este deterioro continuado compete a todas las administraciones, porque todas ellas son responsables de cuidar el medio ambiente y a todas ellas se les llena la boca asegurando que contribuyen a la modernidad con nuevas y refulgentes instalaciones, que en algunos casos son de dudosa utilidad.
En lo últimos años nos hemos distinguido por ser un país que proyecta trenes que no caben por los túneles, construir submarinos que no flotan, o poner en marcha ciudades de diverso porte, de la justicia, de las ciencias, de las artes, que no terminan de funcionar. A este reguero de dislates continuados debemos añadir el abandono de lo puesto en marcha en du día. Por razones que no vienen al caso viajo en tren, casi todas las semanas, en la ruta Madrid – Alcalá de Henares y no me privo de observar semanalmente el letrero que pueden ver en la foto que acompaña estas líneas, en la estación de San Fernando de Henares, en la que, si se fijan con detalle, pueden ver escrito el importe de las obras que anuncia en ¡pesetas!, es decir, el letrero tiene un cuarto de siglo, ¿habrán terminado las obras?, ¿habrá que iniciar unas nuevas para renovar el envejecido equipamiento?
Para no desanimarse, más adelante es posible ver el lúgubre estado en que se encuentran las instalaciones de la famosa empresa ROCA en la población de Alcalá de Henares. Sí, esa misma que muchos saludamos a menudo en nuestras casas o en los lugares de trabajo o de ocio, ¿sabe alguien a que se destinará ese espacio?, ¿están esperando para aprovecharlo a que la especulación inmobiliaria sea más interesante?, ¿de verdad falta suelo para edificar las necesarias viviendas que hagan más fácil la vida de los jóvenes?
Este deterioro es observable en muchos otros corredores ferroviarios o asimilados, en los que podemos comprobar que seguimos sin saber urbanizar los espacios al crear auténticos encierros, porque las infraestructuras se implantan como quién encaja unas vías de comunicación encima de una maqueta, pase lo que pase. Un ejemplo palpable de lo que digo es el trazado del tranvía de Parla en el centro de la población. ¿Cómo es posible que nos podamos permitir este derroche de medios para implantar infraestructuras que generan desconexión interior en las ciudades? Tranvía que, por cierto, nadie sabe cuándo se terminará de pagar.
Tampoco es necesario viajar muy lejos para ver la cantidad de calles convertidas en fondos de saco, porque no tienen salida, al haber sido aisladas por esas infraestructuras costosas, pero mal planteadas, y que provocan que esas calles pierdan valor comercial y ganen en soledad e inseguridad. Basta pasear por los barrios de La Guindalera, Lucero, Vallecas y otros muchos de Madrid.
Y a todo lo anterior debemos añadir la duración en el tiempo de las obras con el consiguiente malestar para los habitantes de las zonas afectadas y la lentitud en la construcción de las viviendas, asegurando que las distintas promotoras inmobiliarias no se hacen la competencia y se mantienen de manera artificial los elevados precios de aquellas. Recientemente se nos daba a conocer que la famosa operación Chamartín, Crea Madrid Nuevo Norte que así se llama la promotora, ha sido avalada por los tribunales y su desarrollo durará 25 años, ¿se imaginan conviviendo a diario durante 5 lustros con esa obra gigantesca?, ¿no se puede reducir su duración?, ¿de verdad servirá para crear espacio habitable? No puedo menos que expresar mis dudas tras ser casi vecino del desarrollo de la zona de Méndez Álvaro, también de Madrid, en el que están involucrados ADIF (Administrador de Infraestructuras Ferroviarias), la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la Capital, que ya ha sobrepasado con creces los 40 años y aún está sin concluir.
Necesitamos dar un cambio a la política de inversión en infraestructuras para que, al mismo tiempo, se mejoren las existentes, se reduzcan los despilfarros y se mejore el aprovechamiento de los recursos utilizados contribuyendo a la conservación del medio ambiente.
¿25 años nos quedan de obras en Chamartín? Pero, ¿cuántos llevamos ya?, porque yo llevo ya más de 30 en Madrid y no recuerdo haber visto nunca el entorno de Chamartin sin obras…