¿pib o…?

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En la última entrada citaba un artículo que nos hablaba de la pérdida de aves en el continente europeo, incluida España, y nos avisaba de la desaparición de millones de aves. Aparte la ironía del aumento de buitres que me llevó a referirlo, me preocupó que esos animales que nos hacen más alegres los días con sus trinos estén en fase de desaparición. ¿Recuerdan aquél programa de radio en el que un técnico de sonido nos daba a conocer los sonidos de la naturaleza? Les dejo una referencia periodística a uno de los últimos premios recibidos por el naturalista y al blog de Carlos de Hita. Muchas personas se plantean el dilema, es posible que sigamos creciendo, pero ¿seguimos desarrollándonos? Y como no tenemos un indicador, generalmente aceptado, para determinar el nivel de desarrollo, no le hacemos caso a los problemas derivados de prestar atención, únicamente, al “simple” crecimiento económico. Y perder una parte de la población de aves o una parte de nuestros bosques pueden ser muchas cosas, pero no es desarrollo, es justo todo lo contrario.

Existen diversos indicadores de desarrollo económico, pero casi todos ellos están basados en el crecimiento, como único factor determinante. El más conocido y utilizado es el PIB (Producto Interior Bruto) o valor de lo producido por una unidad política, generalmente un estado, en un periodo de tiempo determinado. El más aceptado es aquél que se calcula a precio de mercado, que incluye los impuestos sobre los productos y servicios. Y siempre valorando los bienes y servicios finales para evitar duplicidades de cálculo al no incluir los bienes intermedios. Pero para los que nos preocupa el bienestar, más que el mero crecimiento, el PIB no es un indicador adecuado. Y cuando se calcula el PIB per cápita, por habitante, no debe confundirse con la Renta Nacional (RN) pues ésta última se diferencia de aquél en que no incluye la depreciación de los activos, los impuestos indirectos y tiene en cuenta las rentas pagadas o percibidas del exterior.

Y cuando calculamos los datos por habitante, de manera simple, que es dividiendo el valor del indicador utilizado por los habitantes del país, cometemos el error de tratar a todos por igual. Estamos obteniendo una especie de media aritmética y, en este caso, ya sabemos que si una persona se come un pollo y la población es de dos personas, la media aritmética nos dirá que cada persona se ha comido medio pollo. Por eso es más útil incluir una medida estadística como la mediana y sus derivados, los cuartiles y deciles, que tienen más en cuenta qué valores dividen de verdad al conjunto de la población por su nivel de renta, por ejemplo, e informarnos qué proporción de la población forma parte de cada grupo, o de forma más completa a través del índice de Gini que sirve para estudiar la desigualdad, de la que hablé aquí no hace mucho. Y de aquél análisis obteníamos la conclusión de que el crecimiento económico no estaba reñido con ciertos niveles de desigualdad, pues países que tenían altos niveles de PIB por habitante, aunaban al tiempo bajos valores del índice de Gini. Y como recordarán, destacaba que nuestro país había avanzado en desigualdad.

Índices de desarrollo humano de 2016 del Programa para el Desarrollo Humano de Naciones Unidas. 30 primeros países

Índices de desarrollo humano de 2016 del Programa para el Desarrollo Humano de Naciones Unidas. 30 primeros países

Pero el desarrollo humano, el bienestar, no incluye simplemente la disposición de bienes. De un mayor número de bienes a medida que pasa el tiempo. Es más, es posible que el desarrollo humano requiera limitar el número de bienes poseídos, aumentar la conservación de los recursos naturales e incrementar el reciclaje y reaprovechamiento de productos. En general se habla de desarrollo sostenible, es decir, asegurar que la mejora es duradera. Porque, por lo que conocemos en estos momentos, el mero crecimiento económico, cuantitativo, no asegura la conservación del entorno. Tener simplemente en cuenta el PIB no es la mejor manera de asegurar la continuidad en el tiempo de los aparentes logros conseguidos. Lo que comento se concreta, por ejemplo, en qué fuentes energéticas utilizamos a diario y si estamos dispuestos a apostar por las llamadas energías renovables, es decir, sostenibles.

Las Naciones Unidas, a través de su Programa para el Desarrollo Humano, publica desde 1990 diversos informes sobre esta materia y ha creado el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que publica anualmente, y que incluye una serie de factores y valores que de manera conjunta permiten analizar más adecuadamente la situación de los países por comparación con otros. Como pueden ver en el cuadro anterior el nuestro ocupa la posición 27 en el último informe publicado y hemos perdido algún puesto con relación a anteriores informes. Sin ser perfecto, ni mucho menos, este índice se aproxima un poco más a la percepción que tenemos sobre el bienestar en ciertos países. Y es de destacar el reajuste que se produce en el momento en que se introduce el concepto desigualdad en el cálculo del IDH y se aprecian las variaciones, en algunos casos drásticas como en EEUU, Israel y Corea, con relación a la clasificación original.

Pero ya que estamos, vamos a ver qué pasa con nuestro PIB y relacionarlo con otros valores. El Instituto Nacional de Estadística (INE) publica el cálculo del PIB español, así como otras series de índices vinculados al mismo, a través de la Contabilidad Nacional de España o la Contabilidad Regional, ya sea esta trimestral o anual. En estos momentos conocemos el primer avance del PIB de 2016. Y, por aquello de la coherencia, vamos a ver la serie de lo ocurrido desde 2007, que es el último año sin perturbaciones aparentes. Y todo ello para hacer una aproximación al lugar en el que nos encontramos en lo cuantitativo. Ya sabemos que, aparentemente, en lo cualitativo estamos más o menos igual que hace años, con algún ligero declive, y que nuestra desigualdad ha aumentado, según vimos el otro día.

Partamos de que en 2016 casi se ha recuperado el valor del PIB de 2008, el más alto de nuestra historia. Lo que, de ser ciertas las cifras, sería un buen augurio para afirmar que en 2017 se alcanzará un nuevo máximo histórico del PIB a precios corrientes. Digo lo de si son ciertas las cifras porque, aunque yo no dudo de los datos que elabora el INE, hay quién sí lo hace de manera ostensible, persuadidos de que todo es pura invención. Podemos afirmar que hemos transitado por la “última década perdida” de la economía española. Digo última porque hay más a lo largo de nuestra historia, la anterior es de doloroso recuerdo y duró bastante más que una década.

Pero no todo es tan brillante como el PIB aparenta. La Renta Nacional por habitante, hasta 2015, en absoluto ha alcanzado los valores de hace 10 años y ha aumentado ligeramente porque la población del país ha disminuido. Y la remuneración de asalariados pierde peso en la estructura del PIB, la gana el excedente de explotación bruto y los impuestos sobre la producción y las importaciones. En vez de ser malos tiempos para la lírica, que decía el cantante, son malos tiempos para los asalariados.

La apariencia del crecimiento cuantitativo no guarda, necesariamente, una relación directa con su distribución ni con el desarrollo. No estamos más desarrollados, algunos piensan que hemos descendido, y nuestra desigualdad ha aumentado. Eso sí, el PIB aumenta, lo que no es una mala noticia, pero claramente insuficiente. En un lenguaje un poco descriptivo y algo impropio, podemos decir que la tarta aumenta, pero su reparto ha empeorado porque se ha concentrado y el bizcocho es de peor calidad.

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